La atmósfera de Lima, “de color panza de burro”, como jocosamente la
calificara el urbanista e intelectual Héctor Velarde en una de sus
sustanciosas y amenas crónicas, está cargada de polvo.
Este polvo es dañino para las vías respiratorias de sus habitantes e
incómodo, pues dificulta mantener la limpieza de nuestros hogares.
Además cubre el verdor del follaje con una capa gris, afeándolo.
El polvo en suspensión en el aire le proporciona a la atmósfera una
pronunciada turbiedad. Una extraordinaria lluvia, caída en Lima el 15 de
enero de 1970, lavó la atmósfera al punto de cambiar el paisaje urbano.
Los cerros del distrito del Rímac se distinguían nítidamente desde
Pueblo Libre y los cerros de Monterrico desde Miraflores, lo que llegaba
a producir cierta desorientación. “¡Esos cerros no estaban ahí!”,
cuestionaba, absurdamente, lo que veía un transeúnte. La realidad era
que, dada la persistentemente alta turbiedad de la atmósfera, nunca
había tenido la posibilidad de verlos desde donde estaba.
Este polvo en la atmósfera es incorporado por los vientos que barren
las desnudas laderas de los cerros que circundan la ciudad, de modo que
habría que buscar la forma de cubrirlos con algún tipo de vegetación.
La Planta de Tratamiento de La Atarjea da servicio gravitacional a la
parte de la ciudad que está por debajo de los 200 metros sobre el nivel
del mar. Como en la actualidad el desarrollo urbano ha venido ocupando
terrenos de mayor altitud, se decidió construir una nueva planta de
tratamiento, en Huachipa, a aproximadamente 400 metros sobre el nivel
del mar y en el vértice del cono de deyección del valle.
Dada la ubicación de la nueva planta, la solución natural fue
construir dos grandes ramales, uno hacia el norte y el otro hacia el
sur, a través de los cerros que circundan el cono de deyección del
valle.
El Ramal Norte, ya construido, pasa por túnel de Huachipa a la
quebrada de Canto Grande, para alimentar gravitacionalmente el distrito
de San Juan de Lurigancho, el más poblado de Lima, pasando a
continuación, por un segundo túnel, al valle del Chillón, para el
servicio de la zona norte de Lima.
El Ramal Sur pasaría por túnel de Huachipa a la quebrada de La
Molina, donde abastecería gravitacionalmente ese distrito y luego, con
un segundo túnel, a la quebrada de Manchay, perteneciente al valle del
Lurín, para el abastecimiento de la población asentada en ella y,
finalmente, por medio de un tercer túnel a Atocongo, para el
abastecimiento del sur de la ciudad, incluyendo la cadena de balnearios
de esa zona.
Recorriendo estos ramales el territorio metropolitano al nivel
cercano a 400 metros sobre el nivel del mar se podría derivar de estas
nuevas conducciones pequeños ramales para el riego de las faldas de los
cerros que circundan la ciudad de Lima. Por ejemplo, de la entrada del
túnel Canto Grande-Chillón se derivaría un pequeño caudal, probablemente
del orden de 1%, que sería conducido contorneando las laderas de los
cerros del norte de la ciudad y que se encontraría con otra derivación a
partir de la desembocadura del referido túnel.
La distribución del agua a lo largo del recorrido podría hacerse con
una tubería con perforaciones, constituida por una sucesión escalonada
de tramos de tuberías horizontales conectados por eses (codo y contra
codo de 45°), cuidando de mantenerse por debajo de la gradiente
hidráulica escogida. Las tuberías serán instaladas en pequeñas terrazas
con fondo impermeabilizado con una ligera contrapendiente en forma de
hacer la entrega del agua en la superficie de la ladera. Las tuberías se
instalarán en el ángulo de las terrazas y serán cubiertas con grava
reconstituyendo el talud de la ladera.
Si el regadío de las laderas con agua potable no fuera viable, se
podría considerar dos ramales que derivándose de la conducción
Bocatoma-Planta Huachipa recorrieran las laderas norte y sur que sí
circundan el área de Lima.
La vegetación a sembrarse sería de baja demanda de agua, como los
amancaes que embellecían las pampas limeñas en los meses de invierno,
antes que el crecimiento urbano las invadiera. Otra posibilidad sería
sembrar la cactácea, que es hábitat de la cochinilla, insecto que
produce un apreciado colorante, lo que daría un componente económico
directo al proyecto.
Aparte de impedir que vientos, como el llamado “terral”, incorporen
polvo a la atmósfera, el vestir las laderas de los cerros embellecería
el entorno de la ciudad. Imaginemos ver el cerro San Cristóbal vestido
de amarillo o verde, en vez del marrón que luce en la actualidad.
Complementariamente se podrían usar captadores de agua atmosférica de
propulsión eólica que, dada la alta humedad de la atmósfera limeña,
tendrían un buen rendimiento, probablemente mayor a un metro cúbico por
día.
El agua captada de la atmósfera se almacenaría en un depósito de un
metro cúbico de descarga automática al llenarse (sifón Miller) y la
distribución se haría por tuberías horizontales, perforadas, a uno y
otro lado del captador en la extensión que se considere adecuada para
repartir el rendimiento diario de la unidad. El diámetro de estos
ramales debe ser suficientemente grande para que la velocidad al
principio de ellos sea inferior a 1 m/s. Estos captadores se instalarían
en la línea de cumbres de los cerros que circundan la ciudad de Lima.
Con las laderas cubiertas de vegetación la atmósfera se limpiará y el
buen transeúnte ya no se sorprenderá de ver un cerro verde al fondo de
la avenida Bolívar y podrá respirar mejor.
Ernesto Maisch Guevara
DNI 06341063
CIP 1085
http://ernestomaisch.wordpress.com/2012/08/27/la-atmosfera-de-lima/