Kilómetro 107 de la carretera Interoceánica Sur.
Una moto de carga que lleva encima a dos periodistas, a dos
especialistas ambientales y a un muchacho de la zona, a la sazón el guía
del grupo. La moto que se interna en una trocha en la selva, que se
abre paso entre la vegetación y los árboles...
Y, de pronto, la inmensidad.
Un desierto que parece no tener fin. Con pozas tan grandes como campos
de fútbol, repletas de aguas tóxicas, en las que pequeños hombres con el
torso descubierto manipulan máquinas con las que buscan el preciado
mineral: el oro.
Un espacio desolador.
Un paisaje lunar.
–Esto es Mad Max– dice France Cabanillas, experto del Centro de Innovación Científica Amazónica (CINCIA).
No, esto no es Mad Max. Esto es La Pampa. Exactamente la zona de
"Pacayo", a solo 15 minutos en moto de carga de la Interoceánica, en
plena zona de amortiguamiento de la Reserva Nacional de Tambopata.
"Pacayo", la explotación de minería ilegal
más cercana al pueblo asentado al borde de la carretera, a la que
siguen "Rosita", "Hilaria" y, más allá, "Mega 11", "Mega 12", "Mega 13",
"Mega 14" y "Mega 15" y, aun más al fondo, "Peña" y, desde el año
pasado, "Malinowski", en el borde mismo de la reserva.
"Pacayo", el inicio de otro mundo.
France Cabanillas camina hasta el borde de una de las pozas de
explotación. Se agacha y coge un puñado de tierra. Es una tierra ocre,
seca, floja. Excepto por algunos escasos brotes de hierba mala, este es
un arenal yermo, sin vida.
Le pregunto si esta
zona y todas las otras que han sido devastadas por la minería ilegal se
pueden recuperar, si los árboles volverán a crecer en ellas. Me dice que
sí. Que se requerirá investigación y recursos y también la intervención
del Estado, pero que esta tierra, estos campos destruidos, pueden
recuperarse.
A pesar de todo, hay futuro.
Innovación en la selva
Hace un siglo ya había hombres buscando oro en Madre de Dios,
en el río Colorado. Pero fue en los últimos 20 años –sobre todo, en la
última década– que la minería aurífera se expandió frenéticamente por
todo el departamento, arrasando con los bosques y con la vida que en
ellos habitaba.
El ecólogo Luis Fernández,
miembro del Departamento de Ecología Global de la Universidad de
Stanford, calcula que la minería ha destruido hasta el momento más de 70
mil has de bosques en Madre de Dios.
Fernández
lideró varias de las investigaciones que se hicieron en los últimos años
en la región sobre la contaminación causada por el mercurio. Con esta
experiencia, él y otros investigadores locales, como César Ascurra, se
propusieron crear un instituto que investigara estos dos graves
problemas: la destrucción de los bosques y la contaminación.
El resultado fue el Centro de Innnovación Científica Amazónica
(CINCIA), inaugurado en abril de 2016. Fruto de la alianza entre la
Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID) y
la Universidad de Wake Forest (Carolina del Norte), con la colaboración
de instituciones como WWF Perú, la Universidad de Ingeniería y
Tecnología (UTEC) y el Instituto de Investigación de la Amazonía
Peruana (IIAP).
El propósito de CINCIA no es
solo la investigación. Otro de sus objetivos es formar a científicos,
naturales de Madre de Dios, que puedan trabajar codo a codo con los
extranjeros que eligen esta región tan compleja y biodiversa para
desarrollar sus investigaciones.
Ellos, los
nuevos científicos, probablemente alumnos de la Universidad Nacional
Amzónica de Madre de Dios (UNAMAD), deberán ayudarlos a responder
algunas de las preguntas que Fernández y su equipo se vienen haciendo
desde hace algún tiempo.
¿Qué hacer con las 70
mil has de Amazonía destruidas? ¿Están envenenadas? ¿Se pueden
reforestar? ¿Qué especies plantar? ¿Qué cultivos sembrar? ¿Cuánto tiempo
se puede acelerar la recuperación?
Por una minería verde
–Piensa en tu jardín– me dijo Fernández el primer día que llegamos a Puerto Maldonado.
–Imagina que con una pala sacas todas las plantas, sacas todo el
material orgánico, hasta que solo quedan rocas. Déjalo a la lluvia y a
la intemperie. Y encima, echa veneno, que en este caso es el mercurio.
¿Qué va a pasar? Que en tu jardín no va a haber mucha vida. Ahora,
amplifica eso a más de 70 mil has.
Eso es, a grandes rasgos, lo que ocurrió con gran parte del suelo de Madre de Dios.
La minería aluvial del oro necesita remover grandes cantidades de
tierra para encontrar el metal. En ese proceso, la capa superficial de
suelo en donde se concentra el material orgánico, el llamado Top Soil,
se pierde. La tierra queda seca, sin vida. Como en La Pampa.
Pero sucede que hoy estamos en una concesión minera en las afueras de
Mazuco, a 170 km de Puerto Maldonado, en donde están haciendo las cosas
de manera diferente.
En este lugar, antes de
explotar un pedazo de terreno, los mineros retiran el Top Soil con
retroexcavadoras, cuidadosamente. Lo guardan. Una vez que culminan la
explotación, lo colocan de nuevo. Y siembran encima especies nativas
como la caoba, el cedro, el pachaco y el pacae.
Ese
procedimiento tan simple –que usan todas las mineras formales en el
cierre de mina– hace que los terrenos donde se practicó minería aluvial
se recuperen mucho más rápido.
Ahora vemos una
parcela que fue explotada hace tres años y reforestada hace dos. Los
árboles ya se elevan varios metros sobre el suelo. Han crecido ceticos,
topas y shilcas de manera silvestre. Según Francisco Román, director
científico de CINCIA, un terreno afectado por la minería aluvial podría
recuperarse completamente recién al cabo de cien años. Con esta técnica,
el tiempo se reduce a la mitad.
Esta concesión
también es un modelo por otro motivo: aquí no se usa mercurio para
obtener el oro de la tierra. Lo que usan es una máquina llamada mesa
gravimétrica, que con sacudidas a velocidades y espacios determinados,
permite separar las partículas del oro de otros metales pesados. Desde
el año pasado, las mesas gravimétricas han comenzado a darse a conocer
entre los mineros informales
de zonas como Huepetuhe y Mazuco. Según France Cabanillas, sus costos
pueden fluctuar entre los 3 mil y los 20 mil dólares. Es una inversión
que vale la pena.
El uso del carbono
La preservación
del Top Soil parece una técnica que debería masificarse entre los
mineros de Madre de Dios, y sí, debería serlo. El problema es que –como
dice Francisco Román– los artesanales no tienen dinero para adquirir la
maquinaria pesada que se necesita para remover la tierra.
¿Qué hacer en esos casos? Una opción que el CINCIA está estudiando es
el uso de biocarbono mezclado con fertilizantes naturales. El biocarbono
aporta humedad, oxígeno, crea un microclima en el que los
microorganismos pueden vivir. En febrero, el CINCIA pondrá en marcha su
propia planta de producción de biocarbono. De inmediato empezará a hacer
las pruebas en las 42 has de terrenos que mineros informales de seis distritos les han cedido para ese fin.
La otra tarea, por supuesto, es la capacitación. Durante estos días los
expertos del CINCIA y del IIAP han guiado a un grupo de estudiantes de
la UTEC y de la Universidad de Harvard por campos anteriormente
explotados por la minería informal e ilegal. Los chicos han recogido
muestras de suelo, de agua y de peces, que analizarán en sus respectivos
centros de estudios. Al cabo de unas semanas, formularán aportes para
acelerar la recuperación de los suelos y enfrentar la contaminación.
–Nosotros no vamos a reforestar– precisa Luis Fernández.
–Nosotros somos científicos. Lo que hacemos es generar información para
que sea usada por las personas que toman las decisiones: los políticos.
Los problemas en Madre de Dios son complejos, pero las preguntas
principales ya se están comenzando responder. A pesar de todo, hay
futuro.
http://larepublica.pe/impresa/domingo/839964-madre-de-dios-la-recuperacion-de-la-tierra
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